Sueñerías de Shua

Para Raquel Castro, que me regaló un libro con el que soñaba incluso antes de leerlo.

La minificción tiene mucho en común con los sueños. Ambos son fractales, intertextuales y, muchas veces, indescifrables. En La sueñera, Ana María Shua hace confluir a estos dos mundos. De esta unión nacen 250 narraciones breves que juegan con lo onírico, el humor, las referencias a otros textos y la metaliteratura.

La sueñera me recordó de qué están hechos muchos de los cuentos que más me gustan. Este librito hay que leerlo en la noche, ya dentro de la cama, bajo la luz de una lamparita de mano para que el sueño se mezcle con las letras y las historias acaben de cuajar ya lejos de la vigilia.

Sin más, los dejo con mis sueñerías favoritas.

36.       La Comisión de Pesadillas se reúne todos los jueves a las seis de la tarde. El presidente habla siempre de sus problemas personales. El secretario hace, por lo general, una moción de orden. Una secretaria toma notas taquigráficas que traerá mecanografiadas a la sesión siguiente. Los miembros de la Comisión de Pesadillas toman mucho café y nunca se ponen de acuerdo. Entretanto, llega la noche, nada se ha decidido, se opta por volver a utilizar el material de siempre y se pospone para el jueves siguiente todo ordenamiento, toda renovación. Se duermen así, apoltronados en mis neuronas. Con funcionarios tan poco eficientes, no es extraño que mis pesadillas sean caóticas, repetidas, terribles.

48.       Los calamares no me atemorizan. En señal de amistad, trenzo y destrenzo sus tentáculos. Después de todo, soy casi una de ellos: yo también sé jugar a esconderme con nubes de tinta.

70.       Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda los colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista también.

84.       Si sueñas conmigo, lo lamento: soy una verdadera pesadilla.

123.     Desgracia del suicida: dar un salto al vacío en el preciso instante en que empieza a llenarse, a llenarse sin prisa y sin remedio.

171.      Mi hija usa la misma palabra para llamar a los pies, a los pájaros y a los ombligos. Esto es un pie, hija mía, y no un pájaro, la corrijo con severidad, tomando entre mis manos uno de sus piececitos tibios, palpitantes, alados y cubiertos de plumas.

188.     Qué pensarás ahora de mí, comento mientras vuelvo a ponerme lentamente la ropa. Y aunque no me conteste nada, yo sé bien cómo interpretar esa sonrisa irónica en la boca enorme, desdentada, de mi bañadera.

205.     Le cuento a un amigo un sueño en el que él interviene. Vas a tener que explicarme el final, me dice, como si los sueños lo tuvieran, como si pudiera estar segura de que ha terminado.

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