Instrucciones para comer una alcachofa

Una buena alcachofa, esa que se ha cocinado al vapor durante varias horas, debe maridarse con un cuento de manufactura igualmente meticulosa. Hoy que el día está nublado, escojo «Estío» de Inés Arredondo, para nivelar temperaturas.

Tomo el primer pétalo con las dos manos y lo raspo con los dientes, quito la pulpa con cuidado, su jugo me escurre por las manos hasta los codos, tomo otro pétalo. Inés establece el ambiente: dos adolescentes y la madre de uno de ellos, el calor que crece conforme avanza la historia, los cuerpos en tensión, la ausencia del padre, una mujer desnuda que se refresca sobre el piso de cemento.

La abro con los dedos, separo sus pétalos y los arranco uno por uno. Cada vez son más finos. Hay que deslizarlos entre los incisivos muy despacio, para no romperlos. Inés pone a su protagonista a comer mangos: tres, gordos y duros. Estas tres palabras resuenan durante varias líneas. Ella muerde con furia, la pulpa resbala hacia adentro, los jugos le mojan la cara y los brazos, lo mismo pasa con el segundo y sólo cuando llega al tercero se siente satisfecha.

Llego al corazón, está franqueado por un ejército de pelitos que hay que quitar con mucha destreza para no lastimarlo. Lo dejo lampiño y siento un pellizco de placer en los costados de la mandíbula. Lo acerco a mi boca y le doy mordidas pequeñas hasta acabármelo. En mi plato sólo quedan restos. Ella está desnuda en su cama, no siente, no piensa, sólo espera. Él llega con su cuerpo joven y la abraza, las bocas se juntan. Luego, un pronunciamiento, una confesión, un amor que no osa decir su nombre (como el de Wilde, sólo que peor). Y al final: la soledad, el plato vacío.

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Una anécdota para los que notaron que hubo una cuestión truculenta con este post: Hoy entrevisté a Cristina Rivera Garza y le dije que encontraba en uno de sus cuentos una intertextualidad con algo que dice en su libro más reciente, La Castañeda, de que la insurrección y el rompimiento con los cánones de conducta, eran motivos para diagnosticarle locura moral a una mujer. Pero cuando me dijo que «Estío» no era de ella sino de Inés Arredondo me quise aventar por la ventana, aunque no había ninguna.

Todo por leer el cuento en un archivo digital y ser una despistada sin cura.

Osos aparte, me parece interesante que cuando la protagonista de este relato de Arredondo se sale del comportamiento aceptado para una madre, su hijo dice que le entró uno más de sus «arrechuchos» (quiebres de salud). Ejemplo de que más de una escritora sabe que desdeñar la mansedumbre tan asociada al sexo femenino, genera desaprobación.