Los hombres me recomiendan libros (de otros hombres)

Ayer le pregunté a un poeta veinteañero que quiénes eran sus poetas favoritos y él mencionó, entre otros, a Baudelaire, Rimbaud, Cioran, Onetti. En su lista no había ninguna mujer. Y cuando le pregunté por las mujeres que había leído confesó que conocía a muy pocas.
Lo mismo me pasó a mí cuando empecé a escribir. Mis ídolos literarios eran todos hombres, hombres que había leído en la prepa y en la universidad a instancias de mis profesores y amigos.
Cuando les dije a mis maestros que me interesaba lo uncanny, me recomendaron a Poe, pero no a Amparo Dávila. Cuando les pedí recomendaciones a mis amantes de literatura erótica me mandaron a leer a Henry Miller, pero no a Anaïs Nin. Los que creen que Mariano Azuela escribió LA NOVELA de la Revolución, no han leído Cartucho de Nellie Campobello. Los que incluyen a Esquilo, Sófocles y Eurípides en el panteón de la literatura griega casi siempre olvidan a Safo.
Como dice Deidre Coyle en su brillante ensayo, desde niñas se nos educa para creer que las cosas que vale la pena admirar son las cosas que les gustan a los hombres. Si no estás en una posición de poder y quieres figurar en el mundo sólo hay una opción: identificar a los que ocupan el poder (los hombres) y amar su arte.
«It feels bad to read a book by a straight cis man about misogyny. It feels bad when this book contains some relatively graphic depictions of sexual assault. This is par for the course, when the course is reading books and the par is the Western canon. What feels worse is having this man’s work recommended to you, over and over, by men who have talked over you, talked down to you, coerced you into certain things, physically forced you into others, and devalued your opinion in ways too subtle to be worth explaining in an essay (as in the interviews, where the hideous men are the only characters we hear from). Either these Wallace-recommending men don’t realize that they’re the hideous men in question, or they think self-awareness is the best anyone could expect from them.» 
«Obviously work by women about sexual assault has received critical acclaim and attention (Morrison, Oates, Walker, to name a few). But men rarely recommend those books to me (excepting my dad, who gave me Morrison novels when I was a teenager), and as far as I can tell, men are far less likely to idolize those authors, aspire to their cultural status, or blatantly copy their stylistic idiosyncrasies. More mundanely, I’ve never heard a woman express shock or horror on hearing that a man has never read Beloved. It wouldn’t occur to most women to recommend books by women to men the way men recommend books by men to women.»
«It is enraging to have a straight man tell me a story about straight men telling stories to a woman about straight men acting like shitheads. I understand that this is the point of the text. I know. I understand that maybe other men wouldn’t absorb the message unless it was being told to them by another, probably smarter and better educated man. But then why do men keep recommending his work to me?». Deidre Coyle

8 de marzo: No quiero flores

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No quiero flores. No tengo nada que celebrar hoy. A las mujeres nos siguen matando, nos siguen callando, seguimos oprimidas por un sistema patriarcal que nos subestima.

El gobierno y sus conmemoraciones por el Día de la Mujer enmarcadas con rosas y palabras edulcoradas me enfurecen. Me hacen pensar que Mary Wollstonecraft tenía razón cuando escribió que el sistema patriarcal se encargó de convertir a las mujeres en «apacibles bestias domésticas» sin educación, cuyo único propósito era procrear.

Quien piense que exagero, lo invito a leer libros de historia, Calibán y la Bruja de Silvia Federici, por ejemplo. Verá que hace no muchos años las mujeres no podían recibir sueldo por su trabajo y el dinero iba directo a sus maridos o padres. Tampoco podían vivir solas, si una mujer soltera llegaba a una aldea, la gente la corría a pedradas. La gran mayoría de las mujeres acusadas de brujería y sentenciadas a morir cometieron “crímenes reproductivos”, es decir, habían utilizado métodos anticonceptivos. Muchas otras “brujas” quemadas en la hoguera fueron esposas o hijas desobedientes, mujeres que estudiaban a escondidas y que alzaban la voz.

Por eso hoy no quiero flores, quiero tener derecho al aborto. No quiero que me abras la puerta, quiero el mismo salario que el de mi vecino de cubículo. No quiero ser enfermera, quiero ser desarrolladora de software.

Estoy harta de eso de que “a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa”, quiero penas severas para los que ejerzan la violencia doméstica.

Lo que para ti es un “piropo” para mí es acoso callejero. Mi cuerpo no necesita la aprobación masculina.

No quiero ser madre-esposa-sirvienta de mi pareja, quiero que compartamos las tareas domésticas y la crianza de los hijos.

Y es más, quiero que quede claro que no es mi obligación tener hijos. O en palabras de Lina Meruane en su ensayo Contra los hijos: “Yo, por mi parte, pienso que no tener ganas de procrear o no imaginarse en el rol de madre tendrá que ser tan comprensible como no haber soñado nunca con ser atleta olímpica… ¿Desde cuándo poseer un talento o tener una aptitud obliga a desarrollarla?”

Se los digo con todas sus letras: n-o  q-u-i-e-r-o  f-l-o-r-e-s. Quiero derrocar al patriarcado, acabar con la misoginia. Quiero vivir sola, viajar sola, caminar sola por las calles de noche sin miedo a que me violen, sin miedo a que me maten. Voy a levantar el puño y la voz. Nadie podrá callarme.