Una antología bilingüe

 

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¡La antología que comparto con Alberto Chimal, Érika Mergruen, Isaí Moreno, Yuri Herrera y Lorea Canales ya existe! Fue editada por Nagari, una editorial de Miami, y una parte del precio de cada libro será donado a una ONG mexicana dedicada a la defensa de los derechos humanos.

El cuento con el que participo resultó finalista del 2º Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila y es mi primer relato publicado en inglés.

Se puede comprar aquí.

Un cuento daviliano

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¡Mi cuento resultó finalista del Segundo Premio de Cuento Fantástico “Amparo Dávila” 2016! Llegaron más de 3,000 textos al concurso y el mío fue uno de los 13 seleccionados. Es un honor enorme que la Revista de la Universidad de México me haya solicitado publicarlo. También, dentro de poco, Ediciones Pimienta compilará los cuentos finalistas en una antología.

 

Aquí lo pueden leer completo.

Adiós, Loo

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Sergio Loo murió ayer en la madrugada. Tenía mi edad. Lo entrevisté hace unos meses para mi último reportaje en Km.cero. Me pareció encantador y brillante. Le envidié lo prolífico, la prosa desenfada y cándida, los versos puntiagudos.

Su cuento, «Nos siguen matando» me gusta tanto que se lo he leído a todo el que se deja. Aquí va. Léanlo en voz alta, a Sergio le gustaría eso.

Nos siguen matando

Volvieron a pegar fotocopias en los urinarios y nosotros volvimos a rayarlas con  nuestros nombres. Impresas, recomendaciones por si ligas en el antro: usa condón siempre, presenta a tu ligue de la noche a un conocido, avisa dónde estarán. Y nosotros, es que no entendemos, de verdad que pensamos con el culo, volvemos a escribir nuestros mails y teléfonos en ellas, con nuestros nombres, con especificaciones: “te la chupo”, “la tengo grande”, “aguantador”, “para bondage y tríos”. Nos están matando. No es broma y lo peor: nos gusta caer como gorrioncitos heridos, con los pantalones ajustados y la mirada brillante, fría; los ojos, esferas de espejos de una discoteca abandonada. La semana pasada, por ejemplo, apareció en el periódico otro homicidio. Alguien ligó, dicen que aquí en el Vaquero pero otros dicen que en plena calle de Cuba, frente a la patrulla que anda rondando o el puesto de hotdogs, y fue encontrado muerto a unas cuadras, hacia Garibaldi, apuñalado. Horrible. Otros dicen que en el Marra, que la víctima fue uno de esos estudiantes de la ENAP que se creen muy alternativos porque toman curado de guayaba en La Risa, en Mesones, y luego se pasan a bailar electrocumbia al Marra o a La Purisima o a las Bellas Hartas. Que era un artista visual del power point. Que yo me acosté con él. Mentira: era escultor, rentaba un cuartito en un edificio viejo de Republica de Brasil donde apenas cabían sus esculturas, puros pitos; un horno de microondas y un colchón. Era un artista del colchón. No recuerdo cómo se llamaba pero sí que tenía muy buena mota. Buenísima. Dicen que salió en el periódico la semana pasada. Sus cinco minutos de fama. Fotos de su mejor y último performance, pese al exceso de sangre: innegable la influencia de Teresa Margules. Pero qué buena mota tenía. Hubiera andado con él por su mota y lo que sabía hacer con esa lengua. Dicen que el que se lo llevó esa noche, el asesino, es el que está allá, el que tiene una indio en la mano, el de barbita. Pero no lo creo. Cero que el de barbita es el ex de un ex de un amigo. Bueno, no un amigo sino que me acosté con él durante una temporada. Y es inofensivo y tan aburrido que lo sospechamos heterosexual. Porque nosotros no somos así. Nosotros tenemos un sexto sentido para meternos en problemas, acostarnos con el hijo del diputado más homofóbico y matón, o de perdida ligarnos al cieguito del metro. También creo que están confundiendo a la víctima, que no es el artista de la lengua y el power point, sino otro, cualquiera, como el del mes pasado. Que a ese lo sacaron del Oasis, botas vaqueras verde pistache, pantalones de mezclilla azul deslavado, ajustadísimo para que se le vea el paquete, y camisa a cuadros: vaquerito. El sombrero lo perdió bailando con un travesti alto y fuerte como su propio rencor. Pero a ese ya lo olvidaron, es chisme viejo. O no. O hace falta que maten a tres seguidos para que peguen de nuevo las fotocopias sobre cómo cuidarnos que nadie lee. Porque, nos recuerdan: el VIH asecha, porque la discriminación asecha, porque hay asesinos que vienen aquí, a República de Cuba, por nosotros, venaditos pendejos que nos vamos con cualquiera. Y qué le vamos a hacer. Nos hablan bonito al oído o nos agarran por abajo, dos sonrisas chuecas, una cerveza, indio o laguer, y luego nos cortan el cuello. El mataputos era cliente del 33 y del Oasis, y ni quién se diera cuenta. Y nosotros, sólo pensamos en bailar sobre la barra, en encuerarnos en la barra y ganar una cubeta de chelas, cortesía del barman; en ligarnos al barman nalgoncito. En sacarnos una foto con el barman nalgoncito y postearla en el face. Pero antes no era así. Antes, dicen los clientes más viejos del Vaquero, los que son parte ya del inmobiliario, así de derruidos, que no, no era así. Antes no existía el crimen por homofobia. Ni los bares estaban así de expuestos. El Butter, por ejemplo, el que está sobre Lázaro Cárdenas y Salto del Agua, estaba todo pintado de gris y sólo había una mariposa de madera en el timbre. Tocabas el timbre y te dejaban pasar. No a cualquiera. Checaban antes si sí eras de ambiente. Se decía ambiente y no gay. Lo revisaban en la mirada, se te hacen los ojos profundos y dulces, como entre animal herido y Elizabeth Taylor. Y eso rapidito, no había gente en la calle pavoneándose, diciéndose manita esto y manito lo otro. Entrabas rapidito para que nadie te viera. Te maquillabas y te cambiabas adentro. Y lo mismo de salida. Porque te podía agarrar cualquier culero, o peor, policías, y te chantajeaban. O les soltabas una lana o te metían a la Delegación por puñal. O se apañaban tu agenda para llamarles a tus familiares para decirles que te gusta que te hablen en femenino, manita manita, que te pintas para salir, que te gustaba mamar verga. Que estás sidoso. Antes no había homofobia. La palabra todavía ni se inventaba. Antes era crimen pasional. A menos que fueras Francis o Juan Gabriel cantando en el Blanquita, salías en espectáculos. Si no, en la nota roja. Un cuerpo de joto marica asesinado a puñaladas y por detrás, qué rico, y la conclusión era inequívoca: su amante, seguramente casado, lo asesinó por irse con otro, la muy cuzca. Porque antes los maricones éramos así, sórdidos y retorcidos como el rímel negro que se nos escurre al llorar. Así se ahorraban las investigaciones. Así se tapaba todo. Así nos mataban. Decían que nosotros mismos, por putos, nos matábamos entre nosotros, por putos y como putos: traicioneros. Era nuestro destino y su diversión en el encabezado del periódico, La Prensa o el Alarma, al día siguiente. Caso cerrado. No había más que concluir. Pero ahora que somos parte de la fauna “diversa”, protegidos y tolerados por el Gobierno como animalitos en extinción, llegamos todas las noches como pajaritos dodo, dando saltitos a lo pendejo a la calle de Cuba apenas entregan los cilindreros su maquinita y se van a dormir. Para El Vaquero, con camisa a cuadros, botas de piel de serpiente, y bigote, bigotazo de hombre chulo; para el Marra, una camisetita de colores, muchos, peinados estrafalarios y lentes oscuros como para la playa o la portada de la revista Eres en los 80´s. Plan retro o electroperra. O mejor, más rifado, de chacal, de metrochacal, enseñando los bracitos fornidos, la ceja depilada y los rayitos. La playerita blanca de tirantes y los pantalones a media nalga. Ahí nos tienen, todos los fines de semana y los días de quincena, peor. Nada más nos falta salir con el vestido de novia, pero es que qué le vamos hacer, se nos va la reversa, nos da pa tras: queremos fiesta. Porque ya no es el ligadero de antaño. Ahora todos vienen en plan cuates. O quieren novio de manita sudada, de ir al cine y eso. Aquí es para bailar o que te agarre el nuevo mataputos. Porque si quieres coger es más fácil por el manhunt o por el bear.com (uta! ahora todos los gordos son osos y se cotizan como caviar: pinches princesas peluditas y sabrosas). Porque para coger, así, en vivo, nada más quedan los baños. Los Mina, por metro Hidalgo; los Sol, pasando Guerrero. ¿Y cómo se llaman los que están atrás del Teresa? Ay, el Teresa, qué tiempos, sus películas porno. Me acuerdo de una donde todos eran cavernícolas, como los picapiedra pero con la verga de 20 cm. Las viejas grite y grite yabadabadú y nosotros saltando de una butaca a la otra. Veías a alguien solito y sobres, pero luego no estaba solo sino que tenía a otro bien hincado quién sabe en qué espacio pero mamando de lo lindo. El famoso frontón art decó jamás lo vi. La única cosa artística ahí era el performance de la señora que vendía bolsas de palomitas rancias en el pasillo, contenta, como si estuviera en el cine de Disney, el que ahora es la iglesia de San Judas. Pero esos tiempos ya pasaron. Mucha de esa gente murió por infección. O los Savoy. Pero en esos lo mejor era quedarse en la taquilla, haciendo como que no te decidías a entrar, te daba pena o esa ya la viste. Y entonces te ligas en chinga al que llegaba. Y ya no pagas el boleto y mejor se van a los Mina. Porque los Mina son los Mina. Hay otros baños que quedan más cerca pero nunca me acuerdo. Y un hotel en 5 de Mayo bien bara que ni te dan llaves, así solita se abre la puerta. Y no puedes poner seguro. De ahí nunca me he enterado que al salir maten a alguien. Tampoco en la Alameda, donde nada más te paras por ahí un ratito y se te aparece otro, y otro. Bueno, la neta siempre son los de siempre: pura old school: viejitos y chichifos. Entonces, ya si estás ahí, pues lo mejor es pasarse a Balderas, a las artesanías a ligar turistas. O meterte al metro Hidalgo. Pero igual, si ligas en el metro terminas en los Mina. Todos los caminos llevan a los Mina. O los Finisterre, en la San Rafael pero ya te estás alejando. Y hay que volver. Porque hay que encontrar a la media naranja de este viernes de quincena. Porque hay que verificar que no hayan matado al artista conceptual del power point. Porque hay que preguntarle si le gustaría repetir o al menos facilitar el teléfono del dealer. Porque hay que escribir en las fotocopias de advertencia nuestros números telefónicos, nuestros correos, nuestras ganas de que nos encuentren, para lo que sea; porque antes muertos, antes abandonados, antes asesinados que aburridos.

Insólitos mínimos

Uno de mis cuentos salió publicado en la antología de minificción El libro de los seres no imaginarios. Minibichario. Esta ficción mínima comparte páginas con autores consagrados como Marcial Fernández, Guillermo Samperio y José Luis Zárate.

El objetivo era hacer un ejercicio de écfrasis, o sea, escribir a partir de una imagen, en este caso, fotografías de bichos raros.

Pueden leer la cuarta de forros aquí, pero por lo pronto les dejo la minificción que escribí para este libro. La fotografía es de Alejandro Boneta.

Los Hijos de las Aguas Inmóviles

Te engañas al pensar que la tuya es la única inteligencia aquí. Somos nosotros los herederos de este mundo en ruinas.

Nuestros sabios han dicho: «Cuando esta Gran Gota de Rocío y Lodo pierda el Mosquitero Celeste que la envuelve, nosotros, Los Hijos de las Aguas Inmóviles, reconquistaremos lo que nos fue arrebatado por los hombres».

La Gran Estrella será opacada por la niebla perpetua, tus alimentos morirán, tus guaridas se cubrirán de lama y liquen, perderás todo lo que antes era tuyo. El agua que bebías se convertirá en el cunero de nuestras larvas. Las encontrarás hermosamente serpenteantes, asidas a la superficie, con mandíbulas dispuestas, ojos ávidos: listas para la metamorfosis. Lo que a ti te toma salir de la cama por la mañana es lo que tardan ellas en desarrollar alas.

Cada nueva generación nace inmune a tus últimos escudos. Ni tu más potente arma podrá contra nuestra más grande virtud: perseverar hasta la muerte.

Tu sangre pasará a ser propiedad de nuestras hembras. Ellas te ordeñarán hasta vaciarte. Tu cuerpo acarcasado bajo la lluvia perene será la incubadora de nuestros hijos.

Cada uno de nosotros es una neurona en la gran mente colectiva que somos. Un único ojo omnividente que te acecha desde el rincón más oscuro, que perturba tus sueños, que te infecta y te enloquece.

Espéranos esta noche. Te susurraremos al oído que el diluvio se acerca.

Clive Barker: el horror como larva

«He visto el futuro del terror y su nombre es Clive Barker». Stephen King

Todorov escribe en su Introducción a la literatura fantástica que el psicoanálisis vino a sustituir a lo fantástico. Es cierto que resulta difícil creer en posesiones demoniacas cuando existen tomografías en 3D, cirugías laparoscópicasc y Prozac. Sin embargo, hay algo incluso en nosotros, criaturas cien por ciento posmodernas, que nos imanta hacia lo oscuro, lo irracional, lo fangoso.

Lo que más me gustó de estos cuentos de Barker es la capacidad que tiene para introducir lo horroroso dentro de lo cotidiano. No hay castillos abandonados ni cementerios. Sólo oficinistas viajando en metro y campus universitarios. El horror está adentro. Es una larva. La alimentamos todo el tiempo. El horror es anterior a todo.

Notaciones:

  • La claridad de estilo como vehículo de lo horroroso.
  • La elisión cuerpo-mente que supone la existencia de seres horrorosos (los vampiros, fantasmas y demás monstruos). Siempre que hay un desequilibrio entre estos dos (la consciencia que se empecina en seguir existiendo después de que el cuerpo desaparece o viceversa) hay ocasión para el terror. La idea de tener uno sin el otro produce terror.
  • Me hizo recordar a Todorov y lo que decía sobre las metáforas que se toman literalmente en la literatura fantástica.
  • Lo que tenemos bajo la piel = lo horroroso
  • Lo femenino = lo horroroso
  • Lo que se esconde detrás de lo visible, lo obsceno = lo horroroso
  • Las pulsiones, los deseos inconfesables = lo horroroso

Extractos:

Prólogo
Me divertía provocar ese complicado conjunto de respuestas: saber que las palabras que ponía sobre la página harían que la gente se parara en seco, como la extraña belleza de mi amante estaba logrando en aquellos momentos; que se preguntaran, quizá, si la línea que separa lo que les da miedo de lo que les da placer no es mucho más delgada de lo que se imaginan.

Somos nuestros propios cementerios; nos instalamos entre las tumbas de las personas que éramos.

“El Libro de Sangre”
Los muertos tienen autopistas […] Aquí las barreras que separan una realidad de la otra se desgastan con el paso de innumerables pies.

Un libro de sangre. Un libro hecho de sangre. Un libro escrito con sangre. Mary pensó en los grimorios de piel humana muerta, los había visto, los había tocado.

“Terror”
No hay mayor placer que el terror […] Con la inevitabilidad de una lengua que vuelve a recorrer un diente dolorido, regresamos una y otra vez a nuestros miedos, nos sentamos a hablar ellos con el entusiasmo de un hombre hambriento ante un plato caliente y rebosante.

Filosofía. La verdadera filosofía es una bestia, Stephen […] Es salvaje. Muerde […] Creo que deberíamos sentirnos atacados por nuestro objeto de estudio.

No hay mayor placer que el terror. Siempre que sea el de otra persona.

Todo lo que existía en la oscuridad que rodeaba al rebaño eran los miedos que se fijaban en la inocente carne de los corderos: esperaban, pacientes como las rocas, su momento. […] De todo lo demás se podía dudar, pero el hecho objetivo del terror existía.

El terror está ahí antes de que tengamos noción de nosotros mismos como individuos. El feto doblado sobre sí mismo dentro del útero siente miedo.

Vivir la muerte de otro indirectamente era la forma más segura e inteligente de tocar a la bestia.

[…] que en el mundo había algo peor que el terror. Peor que la misma muerte. […] Había dolor sin esperanza de cura. Había vida que se negaba a terminar, mucho después de que la mente le hubiera suplicado al cuerpo que dejara de existir. Y peor aún, había sueños que se hacían realidad.

“Acontecimeinto infernal”
La cara de Voight tembló, la piel pareció arrugarse, los labios se retiraron para mostrar los dientes, los dientes se fundieron en una cera blanca que se derramó por una garganta que empezaba a transfigurarse en una columna de plata brillante. La cara ya no era humana, ni siquiera de mamífero. Se había convertido en un abanico de cuchillos y las hojas reflejaban la luz de las velas que entraba por la puerta. Cuando aquella excentricidad empezaba a asentarse, cambió de nuevo; los cuchillos se fundieron y oscurecieron, brotó vello, surgieron unos ojos y la cabeza se hinchó hasta alcanzar el tamaño de un globo. A aquella nueva cabeza le salieron antenas, a la masa en metamorfosis le aparecieron mandíbulas y la cabeza de una abeja, enorme y perfectamente elaborada, apareció sobre el cuello de Voight.

“Jacqueline Ess”
Pensó: Sé una mujer. Simplemente, mientras pensaba aquella idea ridícula, ésta comenzó a tomar forma. No fue una transformación de cuento de hadas, lamentablemente: su carne se resistía a la magia. Ella deseó que su pecho viril engendrara pechos de mujer, y empezó a hincharse atractivamente hasta que la piel estalló y el esternón voló en pedazos. La pelvis, atormentada hasta el límite de su resistencia, se fracturó por el centro;  desequilibrado, se cayó sobre el escritorio y la miró desde allí, con la cara amarilla por el trauma. Se lamió los labios, una y otra vez, intentando encontrar alguna humedad que le permitiera hablar. Tenía la boca seca, las palabras nacieron muertas. Todo el ruido salía del espacio entre sus piernas; el chapoteo de la sangre; el golpe sordo de sus intestinos sobre la alfombra […] Ella gritó al ver la absurda monstruosidad que había creado […]

Pensó de nuevo en Vassi; y el lago, al pensar en él, se rizó como en una tempestad. Sus pechos se agitaron hasta ser montañas rizadas, mareas extraordinarias le circulaban por el vientre, las corrientes le cruzaban una y otra vez aquella cara parpadeante, rompiéndose en sus labios y dejando una marca como olas sobre la arena. Como ella era líquida en la memoria de Vassi, se licuó al pensar en él.

Felisberto Hernández: voltear hacia adentro

Mirar hacia adentro. Usar el caleidoscopio, el microscopio, el catalejo. Voltear los ojos. Otearse.

¿De dónde viene Felisberto? ¿De qué música?

De dentro.

Ningún furor externo. Ninguna distorsión ajena.

Un autor resulta original por eso. Porque la música que viene de adentro es más fuerte que el ruido exterior. Lo mismo pasa con Francisco Tario. Autores raros.

Si no lo han leído corran a hacerlo. «Nadie encendía las lámparas» es uno de sus mejores cuentos. En el blog El Jinete Insomne hay dos cuentos suyos muy breves y palabras de Cortázar y Calvino sobre su obra.

Por el momento, les dejo extractos de «El caballo perdido», un cuento sobre los recuerdos de la infancia.

…pronto era la noche. Pero las ventanas no la habían visto entrar: se habían quedado distraídas contemplando hasta el último momento, la claridad del cielo.

…la imaginación, como un insecto de la noche, ha salido de la sala para recordar los gustos del verano y ha volado distancias que ni el vértigo ni la noche conocen.

…con un pedazo de mí mismo he formado el centinela que hace la guardia a mis recuerdos y a mis pensamientos, pero al mismo tiempo yo debo vigilar al centinela para que no se entretenga con el relato de los recuerdos y se duerma.

Y fue en las horas de aquel anochecer, al darme cuenta de que ya no podía tener acceso a la ceremonia de las estirpes que vivían bajo el mismo cielo de inocencia, cuando empecé a ser otro.

Solamente me había quedado la costumbre de dar pasos y de mirar cómo llegaban los pensamientos: eran como animales que tenían la costumbre de venir a beber a un lugar donde ya no había más agua.

La cocina sinsentido o escribir cuento fantástico

Para Arturo Vallejo

En “Del cuento breve y sus alrededores” Julio Cortázar dice que escribir un cuento se parece mucho a despiojarse, a purgarse, a exorcizarse porque muchos cuentos (sobre todo los fantásticos) son producto de las neurosis, pesadillas o alucinaciones del escritor.

En el cuento todo debe ser orgánico. Cortázar habla de la importancia de respetar el desarrollo temporal del cuento, de no meter cuñas ni catalizadores para explicar la yuxtaposición de lo fantástico con lo habitual. En pocas palabras, hay que dejar que el cuento respire solo. Si no lo hace, no sirve.

Para explicar esta ósmosis literaria, Cortázar recuerda una receta del escritor inglés Edward Lear, que traduje (con la amable ayuda de Miguel Cane) y que me hizo reír muchísimo. Se las dejo:

Empanadas Gosky

Tome un Cerdo, de tres o cuatro años de edad, y amárrelo de la pata trasera a un poste. Ponga 5 libras de pasas, 3 de azúcar, 2 puñitos de chícharos, 18 castañas asadas, una vela y seis toneles de nabos dentro de su alcance; si se los come, constantemente provéale más.
Entonces consiga algo de crema, algunas rebanadas de queso de Cheshire, cuatro pliegos de papel de 20×30 cm, y un paquete de alfileres negros. Amase todo hasta que se forme una pasta, y espárzalo en un pedazo limpio de tela café contra agua para que se seque.
Cuando la pasta esté perfectamente seca, no antes, proceda a golpear al Cerdo violentamente con el mango de una escoba grande. Si chilla, péguele de nuevo.
Revise la pasta y golpee al cerdo de forma alterna durante algunos días, y determine si al final de ese periodo el conjunto estará a punto de convertirse en Empanadas Gosky.
Si no lo hace, nunca lo hará; y en ese caso se podrá soltar al Cerdo, y todo el proceso podrá considerarse como terminado.
Cocina Sinsentido. Edward Lear
* La foto es de Jaevus.