Viajar en tren

 

 

(encontré esto que escribí en enero de 2013)

Estoy cruzando el Adirondack en tren, de regreso a Nueva York desde Montreal.

Este animal metálico se desliza por el campo nevado como un balín al que no se le pone ninguna resistencia. Canta con voces salidas desde el fondo de un abismo. Plegarias seculares, acuáticas, cetáceas. ¿A qué dios le cantan? ¿sobre qué misal pasan sus dedos? Kawabata escribe sobre bellas durmientes en cuartos de terciopelo y yo soy el viejo Eguchi. Estas rocas sepultadas por nieve son ellas. Sus pieles igual de blancas reflejando ya no el terciopelo rojo sino mi muerte como un hueso pulido.

Escribir siempre sobre este tren. Aquí no hay tiempo para atorarse en un solo pensamiento. Hay que moverse rápido. De un árbol a otro, de un cuervo a otro. Prohibido rumiar. Prohibido paralizarse.

3 respuestas sobre la minificción

Gracias a la revista La Cigarra por esta entrevista que aquí reproduzco.

3 preguntas a Úrsula Fuentesberain | minificción

Le hicimos tres preguntas a la escritora Úrsula Fuentesberain  en relación con nuestro dossier del No. 11, minificciones. Estas fueron sus respuestas.


¿Cuál fue la última anécdota que contaste? 

En la sexta Avenida y la calle 32 de Manhattan, hay hombresestatuasdesal. Los veo plantados en las banquetas con los ojos cerrados, totalmente inmóviles.

Es falso eso de inmóviles, sus párpados aletean como aletean los párpados de los soñantes.

Los veo y me pregunto quién es más libre, ¿yo, que pasaré las siguientes nueve horas en una torre de concreto y cristal escribiendo líneas para empujar a la gente a comprar más hamburguesas o ellos, que están a kilómetros de estas calles olorosas a basura, flotando en ríos caleidoscópicos y teniendo orgasmos en cada uno de los poros de su piel?

¿Qué no cabe en una minificción?

El fárrago. Los cuchillos desafilados.

Escribamos una minificción juntos: danos cinco pistas de la historia.

Primavera
May Blossoms
Los que Dios dijo
No saber si huele a sexo o a cadáver
Las calles sucias de pétalos blancos

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[GIF de Canek Zapata]

Úrsula Fuentesberain

1982. Celaya, Guanajuato. Escritora de cuentos, reseñas y derivas. Ha editado las revistas Día Siete Dónde ir. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa y obtuvo también la beca FONCA jóvenes creadores. Hizo la maestría en escritura creativa de Sarah Lawrence College. Vive en Nueva York.
http://www.ursulafuentesberain.wordpress.com.

Puedes encontrar más trabajo de Canek Zapata aquí:
newhive.com/canekzapata/

Mi contribución a la #LibreríaInvisible de @Letras_Libres

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Soñé que despertaba en una mesa quirúrgica y que un doctor me sacaba perritos del vientre. Cuando le pregunté que qué eran, él me explicó que eran libros, los libros que traía adentro, «Todos los escritores tienen un número determinado de libros vivos, los demás nacen muertos», dijo y me entregó un perrito húmedo. No alcancé a ver al resto de la camada, no supe cuántos eran.

Desde ese día me pregunto cuántos libros me corresponden, cuántos seré capaz de escribir. Todos los que escribimos nos hemos hecho esa pregunta. Desde Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero hasta Stanislaw Lem en Vacío perfecto. Por eso, cuando Jonathan Minila me invitó a escribir una lista de libros imaginarios para Letras Libres, lo hice con esa pregunta en mente.

Algunos son sátiras de libros que me parecen risibles, otros son paráfrasis de libros que he leído, pero la mayoría son libros que me gustaría escribir, son un plano de mis libros nonatos. Aquí les va.

Preguntas en torno a la otredad

 

portada

En 2006 pasé el verano en España con el primer hombre al que amé. Nuestra relación estaba muriendo. Peleábamos casi tanto como salíamos de juerga. Una noche mientras dormía, una palomilla se posó en mi boca y al manotearla me impregnó los labios de un polvo oscuro. No logré conciliar el sueño sino hasta que salió el sol. A partir de entonces comencé a dormir de día, un poco empujada por el miedo a las palomillas que infestaban Salamanca, pero mucho más por las peleas y las juergas a las que nos entregábamos ese hombre y yo cada noche. En la oscuridad, él y yo nos convertíamos en monstruos.

Así nació «Salmanta» -mi primer cuento-, de preguntarme qué es lo que detona la otredad. Creo que esa es la pregunta que recorre mi libro. Sin embargo, las respuestas a las que llegan mis personajes son dispares: la locura, la subyugación, la soledad, la entropía… Lo único cierto para todos ellos es que la otredad es subyacente. Late en todo. Es el corazón delator.

Estos catorce cuentos hablan de esa inminencia: lo que nos separa de ser otr@s es apenas una pared falsa lista para ceder.

Esa membrana finísima se encuentra en las librerías de Educal y también se puede comprar en línea aquí.

 

Escribir la muerte

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Estoy completamente embelesada con The Master, la novela de Colm Tóibín sobre Henry James. El final del tercer capítulo me sacó unas lágrimas. Me hizo pensar en el cuento fallido que escribí sobre la muerte de mi abuela.

Qué difícil es escribir la muerte sin endulzarla, sin ponerle adornos ridículos, sin convocar a un cuarteto de violines chillones.

Al narrar la muerte de Alice, la hermana de Henry, Tóibín da una estocada atinadísima –he nails it, dirían por estos lares- pues sin ser melodramático captura el drama de una vida que se extingue. Aquí mi traducción del pasaje:

Él había descrito la muerte en sus libros, pero no sabía nada sobre ella, sobre el día largo esperando mientras el aliento de su hermana se angostaba, luego parecía diluirse y aparecía de nuevo. Trató de imaginar qué estaba pasando con su consciencia, con su gran ingenio puntiagudo y llegó a sentir que lo único que quedaba de ella era su aliento intermitente y su pulso débil. Ya no había ni voluntad ni conocimiento, apenas el cuerpo moviéndose lentamente hacia su fin.

 

 

 

 

 

 

 

 

I ♥ Phrasal Verbs

 

 

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Me encantan los phrasal verbs. ¿Saben cuáles? Esos que se componen de dos palabras, generalmente un verbo y un adverbio o un verbo y una preposición.

Me parece que son como rifles con mirilla milimétrica. «¿A cuál de las dos moscas paradas en el alambre quieres pegarle?», parecen preguntar los muy cabrones. Por eso los amo, porque cuando los uso, donde pongo el verbo pongo la bala.

Échense esta tablita de phrasal verbs. Si no se enamoran están muertos por dentro.

El Centro Histórico y las letras

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«Voy a escribir un reportaje sobre la relación del Centro Histórico de la Ciudad de México y la literatura contemporánea», eso le dije a la directora del periódico Km.cero con la actitud de quien está listo para echarse ese trompo a la uña.

Después de poco más de 30 libros leídos, 14 entrevistas a escritores y editores y, en total, cuatro meses de investigación, escritura, reescritura y edición; me queda clarísimo que este es el culmen de mi carrera periodística. Este reportaje es, también, el que me ha causado más noches de vigilia, ataques de pánico y arranques lacrimógenos.

El primer cuadro de la Ciudad de México es un animal extraño (mitad alebrije, mitad bestia Kafkiana), por más que le pedí que se quedara quieto para la foto nunca aceptó posar y sólo lo agarré al vuelo (como los que retrataron al Chupacabras). Por eso ya no incluí otros géneros literarios (poesía y dramaturgia) y subgéneros que me interesan (literatura infantil, novela gráfica). «Eso ya es un trabajo de tesis», contestó mi ex jefa cuando se lo propuse. Y sí. El Centro da para eso y más.

Aquí lo pueden hojear completo y aquí pueden leer la versión en línea.

Tejerse una casa

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Un par de días después de haber llegado a esta casa, en un suburbio cerca de Nueva York que se llama Yonkers, llegó también una araña. Decidió instalarse frente a mi ventana. Desde que la vi tensando los primeros hilos me pregunté por qué habría decidido instalar su telaraña ahí y no en un lugar más resguardado, donde estuviera menos expuesta al viento, a la lluvia y al insecticida al que mi casero es adepto, donde no tuviera que estar retejiendo todo el tiempo. Después supe que esa ubicación, aunque riesgosa e incómoda, era la mejor para atrapar a los mosquitos que intentaban entrar a mi cuarto.

Hablar una lengua es habitarla. La lengua madre es una casa heredada y antigua, rebosante de muebles y chácharas. Jugar con el doble sentido y los tropos literarios es como colgar fotografías y poner adornos en las repisas. Y, como todas las casas, también la lengua se llena de cochambre –muletillas, les dicen– y de manchas que tratamos de esconder volteando el cojín del sillón pero que sabemos que están ahí –las manías, los ripios, la obsesión por querer acentuar todos los monosílabos–.

Hablar (y escribir) en una lengua extranjera es llegar a una casa vacía. Es frustrante. Hay que hacer mil malabares para no pasarla tan mal y aun cuando uno no esté ahí –en esa casa vacía e inhóspita– la piensa todo el tiempo, la arrastra a todos lados.

Cuando amanece veo a la araña reparando los estragos que el viento, la lluvia y mi casero hicieron en su tela y me alegro al ver que atrapó más mosquitos que el día anterior. Me hace pensar en que hicimos bien en venir aquí, que vamos a estar bien.

Una entrevista

 

Comparto un fragmento de la entrevista que me hicieron Bernardo Robles, José Luis Vera, Juan Manuel Argüelles y Pedro Ovando, los conductores del programa Involuciones en Sonica TV.