Una antología bilingüe

 

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¡La antología que comparto con Alberto Chimal, Érika Mergruen, Isaí Moreno, Yuri Herrera y Lorea Canales ya existe! Fue editada por Nagari, una editorial de Miami, y una parte del precio de cada libro será donado a una ONG mexicana dedicada a la defensa de los derechos humanos.

El cuento con el que participo resultó finalista del 2º Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila y es mi primer relato publicado en inglés.

Se puede comprar aquí.

3 respuestas sobre la minificción

Gracias a la revista La Cigarra por esta entrevista que aquí reproduzco.

3 preguntas a Úrsula Fuentesberain | minificción

Le hicimos tres preguntas a la escritora Úrsula Fuentesberain  en relación con nuestro dossier del No. 11, minificciones. Estas fueron sus respuestas.


¿Cuál fue la última anécdota que contaste? 

En la sexta Avenida y la calle 32 de Manhattan, hay hombresestatuasdesal. Los veo plantados en las banquetas con los ojos cerrados, totalmente inmóviles.

Es falso eso de inmóviles, sus párpados aletean como aletean los párpados de los soñantes.

Los veo y me pregunto quién es más libre, ¿yo, que pasaré las siguientes nueve horas en una torre de concreto y cristal escribiendo líneas para empujar a la gente a comprar más hamburguesas o ellos, que están a kilómetros de estas calles olorosas a basura, flotando en ríos caleidoscópicos y teniendo orgasmos en cada uno de los poros de su piel?

¿Qué no cabe en una minificción?

El fárrago. Los cuchillos desafilados.

Escribamos una minificción juntos: danos cinco pistas de la historia.

Primavera
May Blossoms
Los que Dios dijo
No saber si huele a sexo o a cadáver
Las calles sucias de pétalos blancos

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[GIF de Canek Zapata]

Úrsula Fuentesberain

1982. Celaya, Guanajuato. Escritora de cuentos, reseñas y derivas. Ha editado las revistas Día Siete Dónde ir. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa y obtuvo también la beca FONCA jóvenes creadores. Hizo la maestría en escritura creativa de Sarah Lawrence College. Vive en Nueva York.
http://www.ursulafuentesberain.wordpress.com.

Puedes encontrar más trabajo de Canek Zapata aquí:
newhive.com/canekzapata/

Preguntas en torno a la otredad

 

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En 2006 pasé el verano en España con el primer hombre al que amé. Nuestra relación estaba muriendo. Peleábamos casi tanto como salíamos de juerga. Una noche mientras dormía, una palomilla se posó en mi boca y al manotearla me impregnó los labios de un polvo oscuro. No logré conciliar el sueño sino hasta que salió el sol. A partir de entonces comencé a dormir de día, un poco empujada por el miedo a las palomillas que infestaban Salamanca, pero mucho más por las peleas y las juergas a las que nos entregábamos ese hombre y yo cada noche. En la oscuridad, él y yo nos convertíamos en monstruos.

Así nació «Salmanta» -mi primer cuento-, de preguntarme qué es lo que detona la otredad. Creo que esa es la pregunta que recorre mi libro. Sin embargo, las respuestas a las que llegan mis personajes son dispares: la locura, la subyugación, la soledad, la entropía… Lo único cierto para todos ellos es que la otredad es subyacente. Late en todo. Es el corazón delator.

Estos catorce cuentos hablan de esa inminencia: lo que nos separa de ser otr@s es apenas una pared falsa lista para ceder.

Esa membrana finísima se encuentra en las librerías de Educal y también se puede comprar en línea aquí.

 

Adiós, Loo

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Sergio Loo murió ayer en la madrugada. Tenía mi edad. Lo entrevisté hace unos meses para mi último reportaje en Km.cero. Me pareció encantador y brillante. Le envidié lo prolífico, la prosa desenfada y cándida, los versos puntiagudos.

Su cuento, «Nos siguen matando» me gusta tanto que se lo he leído a todo el que se deja. Aquí va. Léanlo en voz alta, a Sergio le gustaría eso.

Nos siguen matando

Volvieron a pegar fotocopias en los urinarios y nosotros volvimos a rayarlas con  nuestros nombres. Impresas, recomendaciones por si ligas en el antro: usa condón siempre, presenta a tu ligue de la noche a un conocido, avisa dónde estarán. Y nosotros, es que no entendemos, de verdad que pensamos con el culo, volvemos a escribir nuestros mails y teléfonos en ellas, con nuestros nombres, con especificaciones: “te la chupo”, “la tengo grande”, “aguantador”, “para bondage y tríos”. Nos están matando. No es broma y lo peor: nos gusta caer como gorrioncitos heridos, con los pantalones ajustados y la mirada brillante, fría; los ojos, esferas de espejos de una discoteca abandonada. La semana pasada, por ejemplo, apareció en el periódico otro homicidio. Alguien ligó, dicen que aquí en el Vaquero pero otros dicen que en plena calle de Cuba, frente a la patrulla que anda rondando o el puesto de hotdogs, y fue encontrado muerto a unas cuadras, hacia Garibaldi, apuñalado. Horrible. Otros dicen que en el Marra, que la víctima fue uno de esos estudiantes de la ENAP que se creen muy alternativos porque toman curado de guayaba en La Risa, en Mesones, y luego se pasan a bailar electrocumbia al Marra o a La Purisima o a las Bellas Hartas. Que era un artista visual del power point. Que yo me acosté con él. Mentira: era escultor, rentaba un cuartito en un edificio viejo de Republica de Brasil donde apenas cabían sus esculturas, puros pitos; un horno de microondas y un colchón. Era un artista del colchón. No recuerdo cómo se llamaba pero sí que tenía muy buena mota. Buenísima. Dicen que salió en el periódico la semana pasada. Sus cinco minutos de fama. Fotos de su mejor y último performance, pese al exceso de sangre: innegable la influencia de Teresa Margules. Pero qué buena mota tenía. Hubiera andado con él por su mota y lo que sabía hacer con esa lengua. Dicen que el que se lo llevó esa noche, el asesino, es el que está allá, el que tiene una indio en la mano, el de barbita. Pero no lo creo. Cero que el de barbita es el ex de un ex de un amigo. Bueno, no un amigo sino que me acosté con él durante una temporada. Y es inofensivo y tan aburrido que lo sospechamos heterosexual. Porque nosotros no somos así. Nosotros tenemos un sexto sentido para meternos en problemas, acostarnos con el hijo del diputado más homofóbico y matón, o de perdida ligarnos al cieguito del metro. También creo que están confundiendo a la víctima, que no es el artista de la lengua y el power point, sino otro, cualquiera, como el del mes pasado. Que a ese lo sacaron del Oasis, botas vaqueras verde pistache, pantalones de mezclilla azul deslavado, ajustadísimo para que se le vea el paquete, y camisa a cuadros: vaquerito. El sombrero lo perdió bailando con un travesti alto y fuerte como su propio rencor. Pero a ese ya lo olvidaron, es chisme viejo. O no. O hace falta que maten a tres seguidos para que peguen de nuevo las fotocopias sobre cómo cuidarnos que nadie lee. Porque, nos recuerdan: el VIH asecha, porque la discriminación asecha, porque hay asesinos que vienen aquí, a República de Cuba, por nosotros, venaditos pendejos que nos vamos con cualquiera. Y qué le vamos a hacer. Nos hablan bonito al oído o nos agarran por abajo, dos sonrisas chuecas, una cerveza, indio o laguer, y luego nos cortan el cuello. El mataputos era cliente del 33 y del Oasis, y ni quién se diera cuenta. Y nosotros, sólo pensamos en bailar sobre la barra, en encuerarnos en la barra y ganar una cubeta de chelas, cortesía del barman; en ligarnos al barman nalgoncito. En sacarnos una foto con el barman nalgoncito y postearla en el face. Pero antes no era así. Antes, dicen los clientes más viejos del Vaquero, los que son parte ya del inmobiliario, así de derruidos, que no, no era así. Antes no existía el crimen por homofobia. Ni los bares estaban así de expuestos. El Butter, por ejemplo, el que está sobre Lázaro Cárdenas y Salto del Agua, estaba todo pintado de gris y sólo había una mariposa de madera en el timbre. Tocabas el timbre y te dejaban pasar. No a cualquiera. Checaban antes si sí eras de ambiente. Se decía ambiente y no gay. Lo revisaban en la mirada, se te hacen los ojos profundos y dulces, como entre animal herido y Elizabeth Taylor. Y eso rapidito, no había gente en la calle pavoneándose, diciéndose manita esto y manito lo otro. Entrabas rapidito para que nadie te viera. Te maquillabas y te cambiabas adentro. Y lo mismo de salida. Porque te podía agarrar cualquier culero, o peor, policías, y te chantajeaban. O les soltabas una lana o te metían a la Delegación por puñal. O se apañaban tu agenda para llamarles a tus familiares para decirles que te gusta que te hablen en femenino, manita manita, que te pintas para salir, que te gustaba mamar verga. Que estás sidoso. Antes no había homofobia. La palabra todavía ni se inventaba. Antes era crimen pasional. A menos que fueras Francis o Juan Gabriel cantando en el Blanquita, salías en espectáculos. Si no, en la nota roja. Un cuerpo de joto marica asesinado a puñaladas y por detrás, qué rico, y la conclusión era inequívoca: su amante, seguramente casado, lo asesinó por irse con otro, la muy cuzca. Porque antes los maricones éramos así, sórdidos y retorcidos como el rímel negro que se nos escurre al llorar. Así se ahorraban las investigaciones. Así se tapaba todo. Así nos mataban. Decían que nosotros mismos, por putos, nos matábamos entre nosotros, por putos y como putos: traicioneros. Era nuestro destino y su diversión en el encabezado del periódico, La Prensa o el Alarma, al día siguiente. Caso cerrado. No había más que concluir. Pero ahora que somos parte de la fauna “diversa”, protegidos y tolerados por el Gobierno como animalitos en extinción, llegamos todas las noches como pajaritos dodo, dando saltitos a lo pendejo a la calle de Cuba apenas entregan los cilindreros su maquinita y se van a dormir. Para El Vaquero, con camisa a cuadros, botas de piel de serpiente, y bigote, bigotazo de hombre chulo; para el Marra, una camisetita de colores, muchos, peinados estrafalarios y lentes oscuros como para la playa o la portada de la revista Eres en los 80´s. Plan retro o electroperra. O mejor, más rifado, de chacal, de metrochacal, enseñando los bracitos fornidos, la ceja depilada y los rayitos. La playerita blanca de tirantes y los pantalones a media nalga. Ahí nos tienen, todos los fines de semana y los días de quincena, peor. Nada más nos falta salir con el vestido de novia, pero es que qué le vamos hacer, se nos va la reversa, nos da pa tras: queremos fiesta. Porque ya no es el ligadero de antaño. Ahora todos vienen en plan cuates. O quieren novio de manita sudada, de ir al cine y eso. Aquí es para bailar o que te agarre el nuevo mataputos. Porque si quieres coger es más fácil por el manhunt o por el bear.com (uta! ahora todos los gordos son osos y se cotizan como caviar: pinches princesas peluditas y sabrosas). Porque para coger, así, en vivo, nada más quedan los baños. Los Mina, por metro Hidalgo; los Sol, pasando Guerrero. ¿Y cómo se llaman los que están atrás del Teresa? Ay, el Teresa, qué tiempos, sus películas porno. Me acuerdo de una donde todos eran cavernícolas, como los picapiedra pero con la verga de 20 cm. Las viejas grite y grite yabadabadú y nosotros saltando de una butaca a la otra. Veías a alguien solito y sobres, pero luego no estaba solo sino que tenía a otro bien hincado quién sabe en qué espacio pero mamando de lo lindo. El famoso frontón art decó jamás lo vi. La única cosa artística ahí era el performance de la señora que vendía bolsas de palomitas rancias en el pasillo, contenta, como si estuviera en el cine de Disney, el que ahora es la iglesia de San Judas. Pero esos tiempos ya pasaron. Mucha de esa gente murió por infección. O los Savoy. Pero en esos lo mejor era quedarse en la taquilla, haciendo como que no te decidías a entrar, te daba pena o esa ya la viste. Y entonces te ligas en chinga al que llegaba. Y ya no pagas el boleto y mejor se van a los Mina. Porque los Mina son los Mina. Hay otros baños que quedan más cerca pero nunca me acuerdo. Y un hotel en 5 de Mayo bien bara que ni te dan llaves, así solita se abre la puerta. Y no puedes poner seguro. De ahí nunca me he enterado que al salir maten a alguien. Tampoco en la Alameda, donde nada más te paras por ahí un ratito y se te aparece otro, y otro. Bueno, la neta siempre son los de siempre: pura old school: viejitos y chichifos. Entonces, ya si estás ahí, pues lo mejor es pasarse a Balderas, a las artesanías a ligar turistas. O meterte al metro Hidalgo. Pero igual, si ligas en el metro terminas en los Mina. Todos los caminos llevan a los Mina. O los Finisterre, en la San Rafael pero ya te estás alejando. Y hay que volver. Porque hay que encontrar a la media naranja de este viernes de quincena. Porque hay que verificar que no hayan matado al artista conceptual del power point. Porque hay que preguntarle si le gustaría repetir o al menos facilitar el teléfono del dealer. Porque hay que escribir en las fotocopias de advertencia nuestros números telefónicos, nuestros correos, nuestras ganas de que nos encuentren, para lo que sea; porque antes muertos, antes abandonados, antes asesinados que aburridos.

Sirenas para Embelesados

 

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Los Embelesados —hombres jóvenes y pudientes, cansados del sexo, el vino y demás estimulantes para arrobar sus sentidos— financiaron los primeros criaderos de sirenas en lo que antes habían sido granjas de pollos. Se dejaron los techos de lámina y las bandas de producción en serie. Los cambios fundamentales consistieron en sustituir los miles de focos por peceras y los delantales de plástico por tapones para los oídos.

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Los Embelesados se pasean con Sirenas Chihuahua por todas partes. Las transportan en bolsos-pecera que combinan con los sacos de terciopelo que les gusta ponerse. Los cantos de las Chihuahuas son inofensivos, pero no por eso menos exasperantes. Sin embargo, los Embelesados nunca se inmutan ante las miradas de descontento de la gente, sino que se limitan a abrir su bolso-pecera y a decirle a su sirena con voz melosa: “¿Qué pasó, mi preciosura? Aquí está papi, aquí está papi”, a lo que la Chihuahua responde con más notas desafinadas y ondulaciones lascivas.

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La Sirena Alfa fue creada por genetistas de varias partes del mundo y es la más hermosa de todas. Se diseñó usando las medidas de una supermodelo brasileña y los colores de los jarrones de cristal de Murano. Meter a dos Sirenas Alfa en el mismo tanque tiene resultados funestos: en minutos se descuartizan una a la otra. Su sangre es tan bella y tornasolada que los Embelesados más excéntricos pagan enormes cantidades de dinero para asistir a peleas clandestinas entre Alfas.

 

*Estas minificciones están publicadas en la antología Alebrije de palabras y son parte de una serie más larga que aparecerá en unos meses.

 

 

Britto García viaja a Las Indias

El siguiente es un cuento de Luis Britto García (1940, Caracas).

 

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Viaje por Las Indias

E adentrándonos en Tierra Firme por jardines, fallamos homes que el su natural es volar, como los pájaros. E los hay homes arbóreos, que florecen e frutecen e comen de sus propias semillas. E haylos otros que se tornan en las cosas que quieren, e son árboles e son rocas e son ríos y nubes. E otros los hay que el solo alimento que tienen es sus propias vísceras. E los hay de otra traza que todos los de un pueblo son un mismo home y es como si uno solo viviera en distintos lugares a un tiempo. E viven por allí otros que un solo home es muchedumbre de homes distintos. E haylos que remontan el tiempo e son sus propios padres y sus propias madres. E los hay que son de órganos y miembros dispersos y sueltos, que según su capricho y menester agrúpanse e disuélvense en toda suerte de quimeras. E haylo uno que él es al mismo tiempo el home y el mundo en el que aquél vive. E haylos que, asustados, escóndense dentro de su propio cuerpo y no hay manera de hallarlos. E las hay mugeres que son una selva y toda ella llena de los órganos propios, al modo que los viajeros, donde quieren, copulan. E los hay homes que son estrellas fugaces e en las noches de la canícula facen danza en los cielos. E homes los hay de un pueblo, donde el uno huele, el otro ronca, el otro come, el otro orina, e entre todos por partes facen las funciones completas de un solo home. E los hay como topacios, que en su fulgor se mellan las alabardas. E haylos que su vida entera dura un latido. E haylos que un sospiro suyo dura milenios. E haylos tan grandes que sus miembros figúransenos Tierra Firme. E tan pequeños que no son discernibles. E homes haylos también que son siempre olvidados una vez vistos. E haylos que toman la forma del que los mira. E haylos que son su propia sombra. E haylos que su raza tiene diez géneros de sexos, e ayuntan entre todos. E los hay que son sólo palabras e viven cuando las repetimos. E haylos también que son sólo imágenes e existen cuando las recordamos. E los hay que son idénticos a los que fuimos. E haylos que son los que seremos. E otros que son y han sido siempre cadáveres. E los hay de tal hechura, que no hay palabra para referirlos. E haylos de condiciones tales, que de nadie es creída su existencia. E otros hay, que son sólo un aroma. E haylos, que son manchas de luz. E los hay estotros, que son tachones de sombra. E encontramos homes que eran un gran sexo, e vivían dentro de una muger que era sólo una gran funda. E haylos otros que son sólo órganos de los sentidos. E haylos con sentidos configurados de tal forma, que por ellos sólo conocen el deleite. E haylos que son sólo una melodía. E por horror de la maravilla, matámoslos todos.

Cuentos-cabriola

Portarrelatos
José de la Colina

Es un libro de 90 páginas, juguetón como su autor. Hay cuentos oulipianos, como “el viaje de Sebastián”, con narradores poco confiables, dubitativos, salpicados de esas “y” que tanto le criticaba uno de mis ex-compañeros becarios a mis cuentos:

Nicolás dice que un jueves y Blanquita que un sábado y yo creo que un domingo, en fin, que no nos ponemos de acuerdo, y es como si diferentes sebastianes hubieran salido en diferentes días de la semana: un Sebastián alto, un Sebastián bajo, un Sebastián mediano, un Sebastián de cabello negro, un Sebastián de cabello rubio y uno delgado y otro robusto y otro más ni robusto ni delgado, digamos que en nuestras charlas de sobremesa empieza a haber muchos sebastianes, y quién sabe cuál es el verdadero, y entonces mamá suspira y dice yo sé muy bien cómo es Sebastián porque una madre lleva el retrato de su hijo en el corazón y yo ya tenía en mi corazón su retrato desde antes de que naciera…

También hay cuentos fractales: “El hombre que va hacia el faro” usa el recurso de mise en abîme. Un hombre compra una cajetilla de Faros y mira la ilustración de un hombre de espaldas con sombrero que mira a un faro por donde pasa un barco cuya tripulación canta remembranzas de mujeres isleñas pero también de:

playas solitarias a las que van a morir oscuras y silenciosas o rugientes olas arrojando vacías caracolas en cuya espiral interior se oye el rumor de otro mar cuyas olas a su vez van a morir a otras playas solitarias de islas sin nombre y nunca miradas por nadie, islas del inmenso mar sin horizonte, el mar soñado de islas soñadas…

O cuentos-espejo, como “Dulcemente”, donde todo lo que sucede en la pantalla de cine (el cuello blanco de la actriz, las manos del actor alrededor del cuello de la actriz, la música japonesa como gotas de lluvia sobre gongs) se reproduce simétricamente en el mundo narrativo. Y esa palabra (dulcemente) lo permea todo. Un cuento lleno de adverbios (esos que tanto odiaba ese mismo ex-becario), adverbios rítmicos, como golpes a un gong.

Cuentos con forma de sueño:

¡Sube, sube, pero sube!, dice tu padre palmoteándote un hombro desde atrás de ti, porque ha montado contigo tanto en el sueño como en el aparato, y aunque el soñador, tú mismo pero otro, te dice: esto es sólo un sueño que estás soñando en 1995, y aunque aparentemente has vuelto a ser un niño, decides actuar y tiras de la palanca de mando del planeador para que ascienda…

Cuentos metamórficos, cuentos intertextuales, cuentos como gatos rojos-republicanos que devoran palomas blancas-católicas, cuentos telefónicos, cuentos-espejismo, cuentos-cabriola (de esos que le gustaban tanto a Torri porque abominaban de los puentes). Un señor-libro-de-cuentos, pues.

 

Dos notas: 1. Este libro se puede comprar por internet acá. 2. Justo hoy José de la Colina publicó en Milenio un texto hermosísimo sobre los cuentos que no escribió su amigo Pedro Miret, eso fue lo que detonó este post.

Lo luminoso

 

 

La extensión, la profundidad, los niveles de significación, la aportación a las letras mexicanas, nada de eso importó al leer Cocaína de Julián Herbert. Sólo lo luminoso.

Quizá haya algo de eso en la minificción que escribí hace unos días. Un escritor al que admiro muchísimo dijo que disfrutó leerla. Igual que yo el libro de Herbert. En ningún momento nadie pensó en nada más.

Así nacen los libros-cebolla (esos de múltiples capas e igual número de lecturas). Su autor no lo sabe.

Cocaína ganó el Arreola, uno de los premios nacionales de cuento más chonchos. Es un libro cándido. Se le nota lo sincerote, lo cercano que estuvo (está) a su autor. Herbert confirmó lo que el protagonista del cuento de Serna ya había intuido: los grandes libros nacen de la escritura íntima.

Un par de extractos:

Llámemne Ismael: estoy sentado en Baker Street, junto a la chimenea, tratando de cazar con mis palabras a un animal blanco y enorme […] Es un animal que se asusta y enfurece, que mata ciegamente, que cuando no te mata parte tu vida en dos. Pero es también una bestia lúcida y hermosa, y respira música, y en el momento en que su cola te azota y arroja tu cuerpo por el aire no piensas ni en el dolor ni en la sangre que gotea: piensas solamente en la velocidad –que es como no pensar, o sentir el pensar, o estar sentado en medio de la purísima nieve mirando pasar las ruedas sucias.

Llámenme Ismael. Estoy aquí para contarles una historia.

mi amor es algo leve y difuso y sin sentido algo que se puede decir a la mitad de un bostezo/

Música olfativa de Bernard Quiriny

Transcribí uno de los Cuentos carnívoros de Bernard Quiriny. Trata de un hombre que huele la música.

Denle play a «Hamlet», este poema sinfónico de Liszt, y decidan si están de acuerdo con la reseña olfativa de Gartner, protagonista del cuento.


“Sinestesia”
(Alemania, 1987)

¿El primer Cuarteto de cuerda de Debussy, en sol menor? “Delicado, elegante; helechos y musgos de roble, como un sotobosque por donde uno pasea después de la lluvia, en otoño”. ¿Los Poemas sinfónicos de Liszt? “Un no sé qué de frescura excesiva, un poco lácteo, de un olor y un sabor muy agradables” ¿Aaron Copland? “Bosque, seta, tabaco. Cuero, también. Y tal vez un humo de neumáticos quemados, con el respeto debido”. ¿Berlioz? “ Jara, bergamota, mandarina, piel de limón. ¿Ha aspirado usted alguna vez de un frasco de neroli? Pues eso, exactamente”. ¿Purcell? “No me creerá, pero es pimentado. En cuanto lo escucho me pongo a estornudar. Mis hijos se ríen”. ¿Sibelius? “Miel, avellanas, pan tostado. Muy embriagador.” ¿Beethoven? “Un buqué de tal complejidad que si lo escucho más de media hora me da migraña”.

Así es como responde Thomas Gartner cuando lo interrogan sobre sus compositores preferidos. El hombre disfruta de una facultad que uno no sabe si clasificar entre las enfermedades raras o los milagros de la naturaleza: para él la música huele. “No solamente la música —precisa—. Mis fosas nasales reaccionan a los sonidos, las voces, el viento entre las hojas. Intento no hacer caso; de lo contrario, el mar de olores en que estoy sumergido se volvería insufrible. Se soporta fácilmente que a uno lo rodee un ruido incesante, y, cuando para, queda cierta quietud; pero oler constantemente vuelve loco”.

Numerosos médicos se han interesado por el caso de Gartner, pero ninguno ha logrado determinar el origen del don. Algunos han hablado de hiperosmia. Otros han diagnosticado una malformación de la lámina vertical del etmoides. Otros más, en fin, han dictaminado que el caso es más propio de la psiquiatría que de la otorrinolaringología y que Gartner podría curarse con una buena terapia. “Los que creen que yo sueño olores se equivocan —protesta Gartner—. No son alucinaciones. Yo huelo a Bach y huelo a Fauré como vosotros oléis el jabón, la lavanda y la vainilla. La música entra en mí por los tímpanos pero también por las narinas y no permitiré que nadie me tilde de loco”.

Para que sus dotes sirvan al conocimiento de las artes, Gartner ha emprendido la redacción de un catálogo donde consigna las impresiones olfativas que recibe de los grandes músicos del repertorio. “Es el primer tratado de musicología olfativa”, explica. Los compositores están clasificados según los nueve tipos de olores que distinguió Zwaardemaker en el siglo XIX: etéreos, aromáticos, fragantes, ambrosiacos, aliáceos, empireumáticos, caprílicos, repulsivos y nauseosos. Es una labor paciente que lo obliga a ir incesantemente del órgano al tocadiscos y del tocadiscos al órgano; como ciertos pasajes, asegura, tienen aromas frente a los cuales el vocabulario de la perfumería es impotente, se ve obligado a inventar metáforas insólitas. “Cuando acabe el catálogo de la música clásica —añade— comenzaré uno del jazz. Será más difícil, y creo que para identificar ciertos perfumes tendré que viajar a los Estados Unidos. Nunca he descubierto a qué corresponde exactamente el olor del swing”.